Rusia amenaza con enviar misiles balísticos y de crucero a Venezuela
Un alto legislador ruso afirmó que Moscú está dispuesto a suministrar misiles balísticos Oreshnik y misiles de crucero Kalibr de última generación a Venezuela.
Esta medida supondría una importante escalada en el apoyo ruso al gobierno de Nicolás Maduro y plantearía nuevos desafíos para la planificación de la defensa regional estadounidense.
Según información publicada por Army Recognition el 1 de noviembre, el alto legislador ruso Alexei Zhuravlyov declaró que Moscú ya suministra armas a Venezuela y no ve ningún obstáculo para transferir el nuevo misil balístico Oreshnik o los misiles de crucero Kalibr a Caracas.
Estas declaraciones se produjeron mientras funcionarios venezolanos solicitaban públicamente asistencia militar a Rusia, China e Irán ante lo que describen como una creciente presión estadounidense y rumores de una posible operación.
Durante el último año, tanto la prensa ucraniana como la occidental han descrito al Oreshnik como un misil balístico móvil terrestre de alcance intermedio, derivado de la línea RS-26, con velocidades máximas cercanas a Mach 10 y un alcance teórico de aproximadamente 5000 kilómetros.
Washington lo catalogó por primera vez como un sistema de alcance intermedio tras el ataque a Dnipro en noviembre de 2024, y posteriormente se añadió que puede transportar múltiples ojivas.
En su entrevista, Zhuravlyov fue más allá, calificando el sistema como un “nuevo desarrollo” que Rusia podría enviar a un país “amigo” como
Venezuela.
Las variantes rusas de ataque terrestre tienen un alcance estimado de entre 1500 y 2500 kilómetros, mientras que las versiones de exportación “E” suelen tener un alcance cercano a los 300 kilómetros, según las directrices del Régimen de Control de Tecnología de Misiles.
Los lanzadores Club-K, alojados en contenedores que contienen cuatro misiles de crucero dentro de un
contenedor de transporte estándar de 20 o 40 pies, constituyen una unidad de lanzamiento discreta y fácilmente transportable que puede ir en camiones, vagones de ferrocarril o buques mercantes.
La razón por la que Caracas desea estos sistemas es sencilla: Venezuela busca desde hace tiempo contrarrestar la superioridad convencional estadounidense y sus demostraciones esporádicas de fuerza en el Caribe.
En las últimas semanas, Washington incrementó sus recursos navales y aéreos, incluyendo un grupo de portaaviones y demostraciones de bombarderos cerca del espacio aéreo venezolano, como parte de una campaña antidrogas ampliada.
Las acciones del Pentágono han provocado movilizaciones en Venezuela y han agudizado el tono de la retórica en ambos lados, con el presidente Nicolás Maduro declarando públicamente una “máxima preparación”.
Los misiles Oreshnik proporcionarían a Caracas un instrumento coercitivo a nivel de teatro de operaciones. La movilidad terrestre del misil permite su despliegue en lanzadores móviles bajo cubierta, la rápida ocupación de posiciones previamente reconocidas y tácticas de ataque y retirada que reducen los tiempos de respuesta de Estados Unidos.
Si se desplegara en el norte de Venezuela, incluso una batería simbólica obligaría a los Comandos Norte y Sur de Estados Unidos a asignar más buques de defensa antimisiles balísticos Aegis y capacidad de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR) persistente para rastrear los lanzadores móviles y preparar a los interceptores.
La configuración de múltiples ojivas y la alta velocidad de reentrada del sistema, según se informa, supondrían una carga adicional para cualquier defensa puntual que proteja Florida o Puerto Rico. Nada de esto hace probable un primer ataque desde Caracas, pero la utilidad política de simplemente contar con esta opción es evidente.
El Kalibr completaría la otra mitad del panorama disuasorio. Una red de lanzadores costeros o en contenedores podría amenazar las bases de operaciones avanzadas y las unidades navales dentro de un radio de 300 kilómetros, mientras que un despliegue marítimo encubierto a bordo de buques mercantes controlados por el Estado podría reducir la distancia y sorprender a los estrategas.
Los perfiles de crucero subsónicos a baja altitud aprovechan la interferencia costera y convierten la detección en una carrera contrarreloj para los sistemas de alerta temprana aerotransportada y las células de fuego conjunto. En la práctica, Caracas estaría apostando a que incluso una presencia limitada del Kalibr eleva los costos de una escalada para Estados Unidos lo suficiente como para disuadir ataques en territorio venezolano.
En una fase de señalización, Venezuela probablemente realizaría despliegues públicos de unidades de misiles y publicaría imágenes selectivas, al tiempo que llevaría a cabo una prueba controlada del Kalibr en una zona segura en el mar.
Si la crisis se agravara, el siguiente paso podría ser un ataque preventivo contra un depósito de combustible avanzado o un complejo portuario que apoye las operaciones estadounidenses en Puerto Rico, junto con alertas del Oreshnik que obliguen al reposicionamiento de los sistemas de defensa antimisiles estadounidenses.
El nivel de riesgo más alto sería cualquier disparo balístico hacia territorio estadounidense, un acto que provocaría una represalia abrumadora y que, por lo tanto, es más valioso para Caracas como amenaza que como acción.
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